lunes, 4 de septiembre de 2017

La fuerza de la fe



LA FUERZA DE LA FE 


Hace cerca de dos mil años, bajo el yugo de la Roma imperial, un mensaje universal de comunión y paz comenzó a escucharse desde Palestina, sacudiendo las conciencias adormecidas por la tradición judía y el paganismo romano. Eran palabras que procedían de un hombre humilde, amoroso y compasivo: Jesucristo, el Salvador del mundo, el Hijo de Dios. Su misión era ser la luz del mundo, excelsa tarea que ante la opinión de sus contemporáneos parecía inalcanzable. Sin embargo, la fuerza de la fe lograría lo imposible.

    En el sublime sermón de la montaña, Jesucristo encargó a sus discípulos la misión de ser la luz del mundo. Factores de toda índole se erigían contra aquella encomienda: pobreza, marginación, exclusión social, persecución… Ser la luz del mundo implicaba soportar sufrimientos, vejaciones, injusticias y segregación, pero la entereza de la fe fue el baluarte donde los Apóstoles y la Primitiva Iglesia Cristiana fincaron su firmeza: era el ejemplo que el Hijo de Dios les había dejado.

    Tras siglos de oscuridad y desesperanza espiritual, Dios –que prefija el orden de los tiempos– dispuso el resurgimiento de aquella sublime misión. Era tiempo de despertar las conciencias, de difundir los valores cristianos, de hermanar a las personas con la fe de Jesucristo… En fin, era el momento del restablecimiento de la luz del mundo. Tal como sucediera en el siglo I, se requería sacudir otra vez la opresión impuesta por el paganismo y las tradiciones, a fin de que volviera a brillar el evangelio cristiano.

    El 6 de abril de 1926 marcó el inicio de la Era de la Restauración, cuando recibió el Hermano Aarón Joaquín el llamamiento de Dios al Apostolado. Con ello, la misión de ser la luz del mundo volvía a estar vigente. En un contexto social adverso –como el que padecieran hace cerca de dos milenios los primeros cristianos–, comenzó el Hermano Aarón tan sublime labor, sin arredrarse ante el ambiente de fanatismo y violencia que viviera México de 1926 a 1929 durante el conflicto cristero.

    Para orar y cantar a Dios, los primeros miembros de la Iglesia La Luz del Mundo se reunían bajo la sombra de un árbol en la barranca de Oblatos, evitando así las agresiones de quienes los llamaban herejes. Para su subsistencia personal y familiar requería el Hermano Aarón vender de calle en calle buñuelos, zapatos... Ni la opresión social, ni el menosprecio, opacaron su fe. De manera paulatina la Iglesia fue creciendo y consolidándose.

    Dios llevó al descanso eterno al Hermano Aarón el 9 de junio de 1964: había ganado la buena batalla, acabado su carrera y guardado la fe. La noticia de su deceso fue motivo de escarnio para los fieles. Pero ya Dios había dispuesto la continuación de aquella sagrada misión que confiara Cristo a sus Apóstoles; la luz del mundo debía extenderse a todos los rincones del orbe, para llevar a los corazones la fe de Jesucristo. Aquel mismo día, tan sublime misión fue encargada por Dios al Hermano Samuel Joaquín, manifestándolo como su Apóstol.

    La sagrada tarea a realizar parecía, una vez más, inalcanzable. Su consecución requería vencer serios obstáculos: fanatismo, discriminación, repudio, intransigencia… De nueva cuenta, ser la luz del mundo implicaba padecer vejaciones y diatribas. Pero la fe que impulsara a los Apóstoles y a los creyentes del siglo I, fue la misma que siguió sustentando la bendita misión bajo la dirección del Apóstol Samuel Joaquín. A 44 años de distancia, en más de 40 países de todos los continentes brilla la luz del mundo; lo que parecía imposible se ha tornado realidad.

    Por el mensaje del Apóstol de Jesucristo, Samuel Joaquín, actualmente cientos de miles de fieles asumen ser la luz del mundo como un compromiso de honor, consistente en servir a Dios, practicar los valores cristianos, promover la fraternidad, respetar la dignidad de las personas, fomentar la unidad de las familias, erradicar los vicios y la violencia, etcétera. Universidades, hospitales, orfelinatos, escuelas de todos los niveles, amén de una portentosa y singular infraestructura en templos, son frutos que hablan del fecundo trabajo del Apóstol Samuel Joaquín.

    Unida por la fe, la Iglesia de Cristo –tanto la Primitiva como la Restaurada– cumple su misión confiando en Dios. Jesucristo, sus Apóstoles y el Pueblo de Dios han mantenido su esperanza sólo en el Altísimo. Para cumplir su encomienda no recurrieron a prebendas. Su certidumbre la radicaron en el poder de Dios y no en el de los hombres. Cual timbre de legítimo orgullo, ha sido la fe y la ayuda de Dios los medios para cumplir la encomienda recibida.

    Hoy, como ayer, en La Luz del Mundo está presente la fuerza de la fe…

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